sábado, 20 de junio de 2009

Víctimas del desamparo (por Matías Alonso)

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Hace 9 meses, con ocasión del anterior atentado mortal de la banda terrorista ETA, Matías Alonso recogía en su blog una profunda reflexión sobre el desamparo al que se ven sometidas las víctimas y sus familiares. Ayer, coincidíamos nuevamente en el mismo lugar, y con las mismas reflexiones al respecto, motivo por el cual me permito reproducir nuevamente aquí su artículo. Cambiando el nombre de Luis Conde de Lucas por el de Eduardo Puelles, y la lluvia de aquel día por el sol de ayer, todo permanece igual: sobre todo, el desamparo.



El hecho de haber conocido personalmente a la última víctima mortal de ETA, el brigada de Artillería Luis Conde de Lucas, me ha retraído a la hora de escribir sobre su dolorosa muerte, que probablemente terminará siendo tan inútil como las muchas que hemos padecido durante tres largas décadas, en esta espiral sin fin en que se ha convertido la locura terrorista. Ayer hablaba con un amigo segoviano y, por un momento, el sentimiento de dolor mutuo ahogaba mi pecho.

Esta tarde llovía intermitentemente en Barcelona, en un inicio del otoño algo desapacible. He asistido, con mi mujer y un nutrido grupo de compañeros, al acto convocado por la Asociación Catalana de Víctimas de Organizaciones Terroristas (ACVOT) frente al Monumento a las víctimas del terrorismo, en la Avenida Meridiana de la capital catalana. Lamentablemente no es la primera vez que acudo a ese rincón del distrito de San Andrés, ante convocatorias similares. Bajo la débil lluvia, en la penumbra levemente rota por el faro de una motocicleta y el foco de un cámara de televisión, se ha guardado un minuto de silencio por Luis Conde y por todas las víctimas del terrorismo, con independencia de quienes fueran los criminales que las hubieran causado. La tarde era realmente triste, aunque a mí, personalmente, me ha parecido desoladora.

La desolación la causa el hecho de que en una ciudad con más de un millón quinientos mil habitantes, en pleno centro de un área metropolitana que prácticamente duplica esa cantidad, nos hayamos reunido poco más del medio centenar de personas para mostrar nuestra repulsa al terrorismo. La desolación se concreta al comprobar que la sociedad en que vivimos pasa con indiferencia por encima de los cadáveres de las víctimas y del dolor de sus familias, sin el menor rictus de incomodidad. La desolación se acrecienta cuando a lo largo de las últimas veinticuatro horas se constata que sólo una asociación de víctimas convoca a la ciudadanía en Barcelona. La desolación te oprime cuando compruebas que ninguno de los partidos políticos con representación en el Parlamento de Cataluña, con excepción hecha de Ciutadans - Partido de la Ciudadanía (C’s), apoya e insta a secundar la convocatoria de la ACVOT, tal y como habría que hacer con la convocatoria de cualquiera de las asociaciones de víctimas que llevan su sufrimiento y su dolor en la más absoluta soledad.

El breve acto de esta tarde ha culminado con la lectura de un sentido manifiesto, a cargo de una joven huérfana de padre desde el 8 de enero de 1992, cuando la barbarie etarra, campante por aquellas fechas en Barcelona, se lo quitó para siempre. Por respeto no voy a citar su nombre. Al terminar el acto me he acercado a ella para expresarle personalmente mi solidaridad y en sus ojos, como en los de otras víctimas anteriormente, he visto el desamparo. Las víctimas del terrorismo, nuestras víctimas del terrorismo, están solas. Y sus palabras han resonado en mi cabeza como la súplica de quien comprende que su dolor, el dolor de todas las víctimas, probablemente será inútil: “Cuando mataron a mi padre todo el mundo me decía que podía estar segura de que su muerte no había sido en vano”. Sus ojos me lo decían todo. Ella sabe que a su padre ya le han olvidado, al tiempo que comprueba, muerte tras muerte, que la sociedad se muestra indiferente al dolor ajeno y que la clase política no está dispuesta a poner remedio, de una vez por todas, a esta terrible lacra que a todos nos amenaza.

Barcelona, la capital de Cataluña, la que fuera admirable ciudad motor de la economía y de la cultura, se ha mostrado de nuevo insensible ante el dolor de las víctimas del terrorismo. Hoy, en Barcelona, en esta ciudad en la que los políticos que ejercen el control de los resortes de poder parecen preocuparse únicamente de obtener la financiación que consideran necesaria para mantener su despilfarro en el mantenimiento de sus acólitos, las víctimas han estado solas. Sólo un partido político, el recién llegado al sistema parlamentario, el de menor representación en el Parlamento de Cataluña, ha mostrado de forma directa su solidaridad asistiendo al acto con una nutrida representación.

Hoy se ha mostrado lo que es una cruda realidad. Aunque la causa primigenia de su dolor sea el terrorismo, realmente son víctimas del desamparo.

Matías Alonso

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