viernes, 26 de junio de 2009

Chaves necesita traductores


Ignacio Camacho (en ABC): 'Chaves en cinco idiomas'

La citada sesión políglota del Senado representa toda una metáfora de cómo este país es capaz de plantearse en cinco idiomas problemas que no sabe resolver en ninguno.

SIETE intérpretes, siete, contrató ayer el Senado para traducir la comparecencia de Manuel Chaves en la Comisión de Autonomías del Senado. El vicepresidente es hombre de lenguaje confuso, con tendencia a la dislalia y a los lapsus -en el Parlamento andaluz aún se mondan de risa al recordar cuando, a propósito de ley de Memoria Histórica, dijo que a la oposición le iba a salir «el tiro por la cuneta»-, pero no tanto como para resultar del todo ininteligible ni necesitar traducción simultánea en castellano. Ocurre que en este país de pobres en el que Cáritas recibe seiscientas mil peticiones de socorro al año y la crisis desborda los planes de ayuda pública, las instituciones aún continúan atando los perros con longanizas y se permiten lujos como el de gastarse siete mil euros en versionar sesiones parlamentarias a las lenguas cooficiales. De este modo los senadores vascos, catalanes, valencianos y gallegos pudieron hacerse en sus respectivos idiomas autóctonos el mismo lío que los demás ante el borroso galimatías chaviano sobre la financiación autonómica, ya de por sí indescifrable en versión original.

La citada sesión políglota del Senado representa toda una metáfora de cómo este país es capaz de plantearse en cinco idiomas problemas que no sabe resolver en ninguno. Lo que allí se trató fue el modo de cuadrar la demanda financiera de unas comunidades que en gran medida exigen dinero para satisfacer necesidades tan artificiales como la propia versión multilingüe en que las expresaron. Hablando en castellano, idioma común de todos los reunidos, el Estado se hubiese ahorrado siete mil euros en traductores, que no son muchos pero sin duda estarían mejor empleados en otros asuntos más perentorios cuya desatención va a provocar que el Estado acabe subiendo los impuestos. La discusión de la financiación autonómica afecta a algunos servicios esenciales, pero también en buena parte a la exigencia caprichosa y voraz de poderes virreinales que mantienen aparatos administrativos tan costosos como superfluos, con un tren de gasto inaceptable en una época de quiebra social y económica.

No se trata sólo de una cuestión de falta de austeridad, sino de una insensible determinación de prioridades. Para nuestra clase -quizá fuese más apropiado decir casta- política, la defensa de los símbolos identitarios prevalece ante la necesidad de economizar recursos generales. De ahí que el debate de la financiación constituya un desaprensivo tironeo entre regiones que sólo puede resolverse mediante una inyección de fondos con cargo al desbordado déficit público. La traducción simultánea del Senado no es más que la parábola absurda de este extravagante desvarío. Por más que, siendo Chaves el orador principal, acaso hubiese estado justificada la contratación no tanto de siete intérpretes como de un gramático.

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