lunes, 27 de septiembre de 2010

Pasión taurina (y ciudadana) por las calles de Barcelona

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26-S histórico: Serafín Marín indulta un toro y sale a hombros con Albert Rivera (Ciutadans), y El Cid

(Rosario Pérez - ABC). «¡Libertad, libertad!» La palabra que acuna el mayor tesoro de la tierra retumbó por los cimientos de la Monumental de Barcelona. La emoción trepaba por los tendidos a la velocidad de la luz. Un torero catalán, de Montcada i Reixac para más señas, había toreado con la verdad por delante en la faena más emocionante de la temporada de la prohibición. Serafín Marín se llama. «¡Serafín, Serafín!», gritaba la afición mientras lo sacaba a hombros por las calles de la Ciudad Condal. Una riada humana lo seguía a modo de procesión en un Vía Crucis que comenzó en la calle Marina, continuó por la Gran Vía, recorrió la Avenida Diagonal y kilómetros más allá, allá donde la ciudad se confunde con el mar, descendieron a la tierra al héroe, que acababa de indultar un estupendo toro de Jandilla, «Timonel» de nombre.

Marín había brindado la fabulosa obra a Albert Rivera, que debutaba en una corrida de toros y terminó por la puerta grande en compañía de Marín y El Cid, marcando un hito en las páginas político-taurinas. Cuando el presidente de Ciutadans —que se ha ganado el voto de muchos aficionados como paladín de las libertades— recibió la montera, los tendidos estallaron en clamor. El cántico a la libertad se extendió con tal ímpetu que su eco llegó al Parlament. Pocas veces se habrá respirado tanta emoción en una plaza. Y rara vez se habrá visto aquí un toro tan astifino, con dos velas que servirían de alumbrado en La Mercé.

Cuando asomó el pañuelo naranja, el público se lanzó al ruedo para alzar en volandas a su torero

No se arredró el espada: firme como un húsar, se plantó en la mismísima boca de riego para izar su muleta a modo de senyera por estatuarios, coronados con adornos que prometían el paraíso. La faena fue puro sentimiento y toreo auténtico, ese toreo clásico en el que se para, se templa y se manda por abajo, arrastrando las bambas y barriendo una arena ensuciada solo por la incoherencia parlamentaria. Serafín, estandarte de la Fiesta catalana, capitaneó con grandeza al frente de «Timonel»: tempo y distancias, cite despatarrado, muleta adelantada, zapatillas taladradas, riñones encajados y templada profundidad a las extraordinarias embestidas. Enfundado en el terno de valiente y artista, las trincherillas y los de pecho encendieron el coso al rojo vivo. El toro no se cansaba de embestir y el corazón de Marín se embriagaba. Aquello era un éxtasis colectivo y la gente comenzó a pedir el indulto. ¿Que si el jandilla lo merecía? El ejemplar aguantó con la boca cerrada hasta el final, y su epílogo se escribirá ya en el edén de la dehesa. Todos querían perdonar la vida a «Timonel»: desde Albert Rivera a Alicia Sánchez-Camacho, a quien brindó su primera faena —recompensada con una cariñosa oreja—, el acomodador y el mulillero, el del Barça y el del Español… No era un indulto más: la Monumental solicitaba a coro el indulto de la Fiesta.

Cuando asomó el pañuelo naranja, el público se lanzó al ruedo para alzar en volandas a su torero y a Albert Rivera. También auparon a Rafael Luna; desde sus filas populares anunciaron que su pacto con CiU dependerá de si se rompen las cadenas de la abolición... El Cid, galardonado con las dos orejas del buen quinto, tuvo el gesto de dejar todo el protagonismo a los actores catalanes hasta que los aficionados lo elevaron a hombros.


La fotografía se enmarca ya en la Historia: Manuel Jesús, Serafín Marín y Albert Rivera (el otro Rivera, Paquirri, se marchó a pie, aunque también paseó por las alturas el ruedo) cruzando la puerta grande de la Monumental en olor de multitudes. Y mientras El Cid pasaba a su furgoneta y el capitán de CiU bajaba a la tierra en una anochecida inolvidable, la afición iniciaba su peregrinaje hasta el hotel Vincci. Como la noche anterior con San Morante en procesión, las vías se cortaron y el tráfico se paralizó, con los mossos de escoltas. Imposible poner bridas a una pasión inenarrable, con centenares de aficionados y costaleros alabando a Serafín Marín, que cual Cristo revivido en Semana Santa rozó el cielo catalán con la senyera y la bandera española. Que no rompan el sueño del 26-S…

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