lunes, 14 de diciembre de 2009

Los costes de la libertad

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Ayer se publicaba en El Mundo el artículo de una amiga de otro partido, con cuyo contenido estoy plenamente de acuerdo, en el que revela la situación de falta de libertad que se está viviendo en Cataluña y de la que muy pocos parecemos ser conscientes. Y aún menos somos quienes nos atrevemos a decirlo en voz bien alta.

Los costes de la libertad


En Cataluña, los disidentes padecen una palpable soledad y falta de libertad. Todos aquellos contrarios al pensamiento único catalanista, aquellos que tienen la valentía de salirse del marco de actuación dominante, saben que serán señalados y tildados injustamente de anticatalanes.

Cierto es que la democracia ha avanzado mucho en los últimos años en todos los países del mundo y que la principal atracción de ese avance es la atracción por la libertad.

Natan Sharansky, ex disidente en la dictadura soviética, político y activista israelí y uno de los más importantes líderes mundiales en la movilización por la libertad es también el autor de uno de los libros más lúcidos sobre la libertad, titulado Alegato por la democracia. En él, afirma que cuando los hombres tienen la oportunidad de elegir entre vivir con miedo o vivir sin miedo y en libertad, eligen vivir en libertad, con sus tradiciones, sus religiones, sus costumbres, sus diferencias y no bajo los enormes pies de la intolerancia. Pero también afirma que el presente arroja muchos puntos oscuros y algunos argumentos para el escepticismo en esas democracias supuestamente libres.

Cataluña es un buen ejemplo de ese claroscuro de la democracia, un lugar en el que la disidencia se paga con la exclusión, es marginada o tachada de extremista y siempre silenciada por el apabullante rumor del discurso único que lo invade todo, y con el que se ejerce una sutil coacción.

Así lo hemos vivido estos días quienes no nos hemos querido sumar al editorial escrito al dictado político, quienes no han querido renunciar a la libertad informativa, quienes se niegan a la imposición en nombre de una supuesta mayoría, quienes no están dispuestos a renunciar a exigir su libertad.

La soledad de los disidentes se palpa a diario en Cataluña. Todos ellos saben que serán señalados, silenciados y condenados a vagar en los márgenes del cordón sanitario excluyente, que serán condenados sin juicio como anticatalanes, pero, aún así, están dispuestos a rebelarse contra el totalitarismo disfrazado de supuesta democracia y a defender su libertad.

La libertad de un grupo de comunicación, para actuar al margen del dictado político que lo señalará como miembro de la caverna mediática. La libertad de un grupo económico que se desmarca de la presión ejercida para que asuma la reivindicación política bajo la amenaza de ser tachados de serviles. Una organización de inmigrantes, que vence el miedo a no asumir los acuerdos políticos preestablecidos, ante la sutil amenaza de perder la subvención que les permite subsistir.

La libertad de más de doscientos abogados que a riesgo de ser tachados de extremistas, en un manifiesto conjunto, exigen dignidad para su profesión y demandan responsabilidades a quien se arroga la representatividad de la totalidad de los colegiados en la realización de manifestaciones de contenido estrictamente político, careciendo de legitimidad para hacerlo.

La libertad de una asociación de jóvenes que discrepan del discurso único y cuyos actos se ven sistemáticamente boicoteados, silenciados y son calificados de extremistas por defender la nación a la que pertenecen y que les otorga su privilegio como ciudadanos.

El valor de unos padres que vencen el miedo a exigir la lengua de escolarización de su hijo, porque se sabrán solos ante la exigencia y recibirán como consecuencia el aislamiento y la marginación.

La valentía del presidente de una entidad deportiva que ante la insistencia de un grupo de activistas por la independencia de Cataluña, se niega a utilizar su club deportivo como un instrumento de reivindicación política.

Son situaciones que vivimos en democracia, también en ella pueden convivir disidencias que son habitualmente reprimidas por el temor, silenciadas por el discurso único, sociedades moduladas por el miedo a las consecuencias, donde el defensor de la libertad se ha convertido en un disidente, en un apestado social. Es la soledad de los disidentes que no se resignan, convertidos en discrepancia, en inconformismo harto de tanta imposición.

Decía Burke que para que triunfe el mal, sólo hace falta que los hombres buenos no hagan nada. Pues hagámoslo.

En Cataluña cada día se suman más voces al reclamo de la libertad. Cada día somos más, y estoy convencida de que cuando la gente vuelva a tener la oportunidad de elegir, abandonará la resignación y elegirá vivir en libertad.

Sólo necesitamos la determinación para conseguirlo, somos muchos los que queremos espantar esa resignación que les hace a ellos cada día más poderosos en su intolerancia.

Será en ese momento cuando Cataluña saboreará la verdadera libertad.

Carina Mejías, diputada en el Parlamento de Cataluña.

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