viernes, 30 de julio de 2010

Albert Rivera: 'Un trozo de libertad'

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(Publicado en Diario Crítico).- El tripartito y CIU han decidido hoy recortar un poquito más las libertades en Cataluña. La prohibición por ley de las corridas de toros sienta un precedente peligroso para un parlamento que debería tener como objetivo solucionar los problemas reales de la gente y no ir borrando a golpe de ley aquellas tradiciones, costumbres o símbolos que incomodan o no se adecuan al patrón identitario que el nacionalismo catalán ha creado a lo largo de las tres décadas que ha gobernado Cataluña.

Porque la realidad es que estos partidos nacionalistas no han prohibido los toros por proteger a los 104 toros que se sacrificaban al año en Cataluña. Si el motivo hubiera sido la protección animal podrían haber comenzado por cumplir la ley de protección animal que incumplen sistemáticamente todos estos partidos en las perreras municipales, o se podían preocupar por los 15.000 perros y gatos que mueren atropellados en las carreteras catalanas cada año. O podrían haber tenido un mínimo de vergüenza torera y no votar a favor de prohibir los toros y en cambio apoyar un proyecto de ley en el que se blindan los toros “embolados” en Cataluña. Parece ser que para los nacionalistas los animales sufren en función de si se les estresa o castiga en la plaza de toros o en las calles y plazas de los pueblos donde gobiernan muchos de sus alcaldes, de si suena un pasodoble o una sardana o si hay banderas españolas o señeras en los tendidos o en las barreras.

Solo se puede resumir la actitud de estos partidos, como diría el diestro de Ubrique, en dos palabras: pura hipocresía. En el fondo, sus incoherencias demuestran lo que algunos diputados nacionalistas confiesan en privado: prohibir los toros ha sido para ellos una oportunidad única de expulsar de la Cataluña real lo que tradicionalmente se ha llamado fiesta nacional, un símbolo vinculado a España, ese “gran enemigo” de la nación catalana.

En cambio, para Ciudadanos debe ser la sociedad, en libertad, en función de una evolución natural de sus usos y costumbres según la demanda y la oferta del mercado y de los ciudadanos que la componen, quien debía decidir, con su seguimiento o no de las corridas, cuál era el futuro de estos espectáculos, no los partidos políticos por sus obsesiones identitarias.

A mí personalmente, como a buena parte de la sociedad española, no me apasionan las corridas de toros, pero me preocupa profundamente que todo lo que huela a España en Cataluña deba ser perseguido o sancionado. Hace unos días conocimos la noticia de que CIU solicitó en el ayuntamiento de Barcelona que se multara a los taxistas que en Barcelona llevasen o hubieran llevado la bandera española durante los días posteriores a la victoria de la Roja en el mundial. Y también costó hasta cuatro peticiones por escrito y las subsiguientes denegaciones que el alcalde socialista, Hereu, claudicara y pusiera una pantalla en Barcelona para ver la final del Mundial. Cosa que, como denunciamos en su día, ni siquiera pudieron hacer los chavales que pasaron el 11-J en un albergue de la Generalitat porque el gobierno de Montilla dio órdenes por escrito de que no se permitiera ver la final en los albergues públicos. Y qué decir de las sanciones de hasta 10.000 euros a los comerciantes catalanes que en sus empresas no rotulen en catalán. Una auténtica obsesión.

Todo ello demuestra que el nacionalismo tiene como único objetivo construir una nación catalana uniforme, de pensamiento único, que debe ir borrando del mapa todo aquello que desmonte su tesis de que Cataluña y los catalanes no somos diferentes al resto de españoles, sean toros, hablar castellano o seguir a la Roja.

Hoy en Catalunya algunos han perdido su afición, su trabajo o su pasión, la fiesta de los toros, otros han logrado expulsar un símbolo español de su “nación”, pero otros cuantos hemos sentido como con la enésima prohibición nos volaba un trozo de libertad.


Albert Rivera, Presidente de Ciudadanos y diputado autonómico en Cataluña.

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