sábado, 18 de julio de 2009

Carlos Herrera: 'El chantaje de las fobias'

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(ABC).- ESTOY del cuento de las fobias hasta donde yo te diga. Usted se llama Pepe, pongamos, yo emito una consideración crítica hacia su forma de guiarse en un determinado aspecto, usted se cabrea y me suelta que lo que yo padezco es, básicamente, «Pepefobia». Algo parecido ocurre cuando discrepas abiertamente del criterio de un musulmán integrista, de un sionista o de un nacionalista. Si usted es abiertamente contrario a la utilización de la religión islámica por parte de aquellos que lo hacen para masacrar a no musulmanes y a otros musulmanes, para censurar a los que en nombre del Islam enarbolan cruzadas cotidianas contra las mujeres o los homosexuales, usted tiene todas las papeletas de convertirse en un claro ejemplo de «Islamofobia», eso que algunos timoratos dan en llamar «miedo irracional al Islam». Si usted, desde el reconocimiento por el derecho a existir del Estado de Israel y el aprecio sincero por su peripecia histórica, discrepa de algunas estrategias adoptadas por algunos gobiernos judíos en relación con su difícil -y a veces injustificable- vecindad, pasará a ser, con toda probabilidad un «antisemita» colindante con los nazis. Si a usted se le ocurre competir de igual a igual con un ciudadano de una «raza» de dimensiones demográficas menores que la suya y aplica todo su empeño en vencer en una disputa, una pendencia o una simple discusión, no pasarán más de unos segundos en que algunos lerdos le califiquen de «racista». Y ya no hablemos si a usted se le ocurre discrepar de los argumentos viscerales -básicamente intestinales- de cualquiera de los nacionalismos que pastorean por España. Entonces está usted perdido porque no habrán de pasar más de unos minutos para que alguien le acuse de «Catalanofobia» o «Vascofobia».

Remitámonos a los hechos: el gobierno de esto nuestro que dicen es un Estado, ha diseñado un reparto de dinero conocido como «Financiación de las Comunidades Autónomas» mediante el cual los diferentes gobiernos pueden hacer frente a sus obligaciones, a sus pagos, a sus deudas y, en suma, a las labores que les están transferidas. Cataluña, que ha visto sensiblemente aumentada su población y que arrastra un significativo déficit fiscal desde años atrás, ha sido en consecuencia generosamente tratada por el Gobierno Central en función de necesidades reales, que nadie en su pleno juicio puede negar, y en función, también, de estrategias partidistas referidas a la estabilidad parlamentaria: yo te doy más dinero para que te lo gastes y tú no me tocas las narices. El agravio comparativo con otras comunidades de menor peso electoral es notorio, pero, en cualquier caso, merecedor de un debate serio exento de calentones primarios. Cuando se han elevado protestas por lo que se considera un trato desigual -se tenga o no razón- no han pasado ni diez horas en las que se maneje el término «Catalanofobia», que es un argumento babosamente elemental y profundamente injusto.

Aquí nadie señala a los catalanes en su conjunto, o a los andaluces en el suyo, como sujetos activos de expolio alguno. Aquí se señala o se discrepa de una clase política experta en incendiar pajares que soliviantan relaciones comunitarias con políticas irresponsables. Que el argumento de catalanofobia, además, haya salido de la boca de un expresidente andaluz hace aún más cómico el esperpento. Ninguno de estos pavos -empezando por el vicepresidente mentado- han dicho ni una palabra por los gestos de «Españofobia» oficial y publicada que se vive en algunas regiones españolas, lo cual lleva a intuir que esa es la única fobia políticamente correcta, patéticamente progresista y, por lo tanto, aceptable en el tanteo. Si te acusan de algunas de las otras fobias mentadas más arriba, corres el peligro de ser excomulgado por los sumos sacerdotes de la gilipollez patria, pero si tu rechazo es a la España que alimenta tantas pasiones y tantas iras, tú eres un elemento distinguido con un aura de revolucionario indomable. En esto de las fobias consiste el nuevo chantaje a la sociedad. Valientes majaderos.

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