jueves, 16 de julio de 2009

Carlos Carnicero: 'UPyD y el narcisismo de Rosa Díez'


Un partido político es mucho más que un club de amigos o una asociación de descontentos. Los consagra la Constitución como un instrumento básico de la participación popular. No es fácil estar satisfecho con los clásicos e históricos partidos existentes. A las viejas tentaciones de centralismo democrático, sistemas de cooptación de elites y falta de democracia interna se unen las nuevas tecnologías que no han sabido definir el papel del militante en esta era cibernética. En muchos casos, los afiliados languidecen en las sedes de los partidos, cuidando su parcela de poder y desentendiéndose de los grandes debates pendientes y de la acción política hacia la sociedad.

La dirigencia está profesionalizada y además los sueldos, relativamente magros con los sectores de la economía real, hacen que no siempre se pueda elegir entre los más capacitados. El resultado es un anquilosamiento paulatino y dificultades permanentes de financiación porque sus burocracias viven en muchos casos por encima de sus capacidades reales a pesar de estar financiados con dinero público cuando acceden a la condición de parlamentarios. Quienes controlan la elaboración de las listas electorales tienen el verdadero poder.

Con todos los inconvenientes, los partidos políticos son el instrumento básico de la democracia que permite la concurrencia electoral, la elección de los representantes de los ciudadanos para el ejercicio legítimo del poder y para controlarlo desde la oposición.

A nadie se le oculta que hace falta una reforma profunda del sistema de partidos y de los partidos mismos que los abra a la sociedad, permita una participación democrática efectiva y genere espacios de diálogo y participación excluyendo sectarismos y fanatismos.

Pero las críticas a los partidos existentes no son fundamento real –aunque tengan toda la legitimidad para hacerlo- para construir agrupaciones sin bagaje ideológico, sin programas y en muchas ocasiones con sedimentos de populismo para satisfacer las ansias de influencia o los intereses de sus promotores. Muchos de estos déficit se están viendo en el partido que inventó Rosa Díez. Ahora mismo, cuando lleva poco más de un año y medio desde su nacimiento la crisis interna se manifiesta en acusaciones de personalismo y en la salida en tromba de militantes carismáticos acusando a la líder de los mismos defectos que ella denunció para salir del PSOE.

Fundar un partido serio no es tan fácil como se creen algunos.

Carlos Carnicero es periodista y analista político (publicado en EL PLURAL)

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