domingo, 5 de junio de 2011

Otra visión de las acampadas, por Jesús Laínz: "Los indignantes indignados"

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Mi amigo Jesús Laínz, abogado e historiador montañés, me envía su artículo sobre los "indignados", desde un punto de vista radical y políticamente poco correcto, tal como él es. 

Cabe decir que aún no compartiendo algunas de sus opiniones, sí que coincido con muchas otras, y es por eso que me parece interesante contraponerlas a las bienpensantes teorías leídas últimamente en la prensa. 

"Los indignantes indignados"

De impaciencia creciente y estómago sensible, el abajo firmante confiesa no haber prestado demasiada atención a los sedicentes indignados que ocupan algunas calles españolas con una repercusión mediática nacional e internacional de la que nunca han gozado manifestaciones mucho más multitudinarias celebradas por variados motivos al parecer indignos de atención. Pero como acaba uno topándoselos por la calle o en los telediarios, la realidad acaba invadiéndolo todo por muchos filtros que se quiera interponer.

Lo primero que salta a la vista es el aspecto de la mayoría de los protagonistas, suficiente argumento para quienes todavía sigan libres de ese prejuicio que ordena no fiarse de las apariencias. «Seguiremos en la lucha aunque no nos queden balas, con la cabeza rapada o con la cresta levantada», dice uno de sus banderines de enganche.

Ahorrándonos maldades, una segunda evidencia asalta al viandante neutral en forma de carteles pretendidamente ocurrentes: «Si viene la policía, sacad las uvas y disimulad»; «Disculpen las molestias, pero esto es una revolución»; «Nuestros sueños no caben en vuestras urnas»; «Sueña lo que quieras soñar, ve donde quieras ir, sé lo que quieras ser» y mil pamplinas más plagiadas con medio siglo de retraso de aquellos pijos sesenteros cuyos furores revolucionarios se apagaron al echar el primer polvo y ganar el primer sueldo.

Pero sólo hacen falta treinta segundos de observación para empezar a comprender y a indignarse. Se dicen apolíticos –cosa absurda puesto que cualquier acción destinada a influir en la sociedad es política– pero sus propuestas de supresión de las fuerzas armadas, nacionalización de la banca o derecho a la autodeterminación de los pueblos, entre otras, evidencian su filiación ideológica izquierdista. ¿Por qué, entonces, no se afilian a cualquier partido de dicha tendencia, desde el PSOE hasta ETA-BILDU, y dejan de molestar a paseantes y comerciantes?

Se dicen apolíticos puesto que «esto no es política sino sentido común». Pero el que suscribe, que también aspira a que se le reconozca la posesión de una humilde pizca de ello, encuentra que el suyo difiere enormemente del sentido común del que aquéllos hacen gala, y no por ello se le ocurre pretender que el suyo sea universal.

Todas las propuestas de los indignados, sin excepción, obedecen escrupulosamente los mandamientos de la Santa Madre Iglesia de la Corrección Política, y sin embargo se tienen por el colmo de la transgresión, patente síntoma de la debilidad mental que caracteriza a nuestra logsizada juventud.

Se creen el arquetipo de la independencia, la espontaneidad, la libertad y la rebeldía cuando han tenido que esperar para organizar el guateque al toque de silbato de panfletos bochornosamente insulsos como el de Stéphane Hessel, ese creador privilegiado del mundo moderno, vencedor de la Segunda Guerra Mundial, sostenedor de toda corrección política e ideólogo de la ONU que, tras décadas pegando fuego ahora viene de bombero.

Critican la corrupción, incapacidad y deficiente formación de nuestros políticos, acertada observación a la que, sin embargo, han tardado demasiadas décadas en llegar. Pero como el acceso de tanto incapaz a las tareas rectoras es el resultado necesario del exceso de igualitarismo característico de las sociedades gobernadas por la voluntad mayoritaria de las masas, no hay peor remedio para dicha enfermedad igualitarista que las dosis mayores de igualitarismo que los indignados proponen.

Se indignan con la desmesurada casta política, a la que achacan el despilfarro y la ineficacia de las instituciones. Sin embargo, de sus labios no ha salido ni una sílaba de crítica al Estado de las Autonomías, principal causa del ineficaz despilfarro y gran momio de la casta criticada.

Atacan la desigualdad y los privilegios pero no han dicho ni pío contra los separatismos, principales defensores del neofeudalismo.

Se declaran depositarios de la soberanía nacional despreciando a millones de ciudadanos representados en el Parlamento, justificando cualquier golpismo y guardando atronador silencio sobre los separatismos, enemigos mortales de la soberanía nacional.

Condenan la violencia y la injusticia y miran para otro lado si se les recuerda el millar de vidas que aquí, delante de sus narices, se ha llevado por delante el terrorismo nacionalista vasco.

Proclaman su solidaridad con los pueblos oprimidos de cualquier Continente lejano mientras que, con infinita hipocresía y crueldad, ignoran a las miles de víctimas del terrorismo españolas.

Cuando el nefasto sistema educativo igualitario instaurado por González, Maravall y Rubalcaba les permitió ir pasando curso tras curso sin aprobar no se acordaron de exigir una educación de calidad, pero ahora se quejan –en sus pancartas no por casualidad sembradas de faltas de ortografía– de que sus currículos no les sirven de nada ni en España ni en el extranjero.

Como gobierna el partido que, por evidente afinidad ideológica, se apresuró a compartir sus reivindicaciones, echan la culpa al sistema, a la política, al mercado, a la sociedad, al mundo y a la Ley de la Gravedad.

Reclaman todo tipo de derechos laborales y salariales y exigen a los pérfidos empresarios que les faciliten el medio de vida que ellos son incapaces de construir. Menos a su vagancia e inutilidad, echan la culpa a todo de la dificultad de encontrar trabajo y se consideran titulares del derecho a ser amamantados por el Estado Mamá.

Creen que su generación es la más desdichada y la más digna de protección porque ni saben ni les importa que otras, sin ir más lejos la del baby boom de los 60, tuvieran que buscarse la vida a pesar de cifras de paro igualmente enormes y de graves crisis económicas y políticas; por no hablar de las anteriores, que consiguieron salir adelante a pesar de guerras, posguerras y emigraciones.

Se aprovechan de muchos cándidos que adoran a los jóvenes por el mero hecho de su juventud, cuando el problema de esa inmotivada adoración es que la mayoría de los adorados, tras su alegre revolucionarismo juvenil, se vuelve razonable cuando ya ha dejado mucho mal tras de sí.

Si éstos y sus propuestas –por llamarlas algo– son el germen de la España por venir, habrá que ir pensando seriamente en el exilio.


JESÚS LAÍNZ, escritor (Santander, 1965)

1 comentario:

  1. tú sabes qué pasó con el SUC, además de subir estrepitosamente de peso? A veces, voces así que surgen y luego se van, no sé si dejen peor de desilusionados a los pueblos. No digo que no admire al Sub, pero cuando ellos también se dejan vencer,..pues está cañón no? O tú qué piensas. Saludos. Un abrazo.

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