"España es un país en el que casi nunca se dice lo que pasa, sino que pasa lo que se dice"
(Julián Marías)
El 14 de julio, fiesta nacional de Francia; el 4 de julio, fiesta nacional de los Estados Unidos de Norteamérica; el 2 de julio, fiesta nacional en Italia... son, en sus respectivos países, días de gran solemnidad y orgullo patriótico. Aquí, entre nosotros, el 12 de octubre, fiesta nacional española, es un día cuya solemnidad reside, más que en ninguna otra razón, en que se trata de un día festivo y no laborable. A pesar de ser una de las naciones más viejas del mundo, o quizás por ello mismo, nos faltan sentimientos de unidad y grandeza colectiva. Eso se paga.
Tras cuatro décadas de "patriotismo" impuesto y hemipléjico, el tiempo del franquismo, desembocamos en una Transición que, tratando de contentar a todos, no lo consiguió con nadie. La Constitución de 1978 fue, si nos andamos sin rodeos y nos entregamos a la salud autocrítica, una chapuza, una componenda, en la que se asienta la realidad presente: una democracia teórica, secuestrada por una partitocracia excluyente en la que los jefes de los dos partidos dominantes son, de hecho, la síntesis de todos los poderes del Estado. Ellos deciden quiénes integran las listas cerradas que rellenarán el Congreso de los Diputados y los diecisiete Parlamentos autonómicos. Incluso quiénes serán concejales en todos los ayuntamientos del país. De esos dos grandes poderes personales, en la actualidad José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy, depende, de hecho, la naturaleza y la nómina del Legislativo, la designación del judicial y, más o menos por turno, la responsabilidad del Ejecutivo. Lo demás son grupúsculos que, eso sí, dada su naturaleza soberanista, tienen capacidad para la demolición del Estado.
La realidad física de España es tangible y tiene fronteras -muy permeables, por cierto-; pero, ¿existe una dimensión espiritual, anímica, española que sea aceptada y, en sus notas básicas, respetada por todos cuantos poblamos este país? No. No nos engañemos. España, por no ser, no es siquiera una realidad administrativa única.
Está mal visto el sentido patriótico. Para unos es la herencia del franquismo y para otros la mala conciencia de haber aceptado el régimen anterior; pero España viene de lejos, no nació en julio de 1936, ni en abril de 1931. España es en varios siglos anterior a los nacionalismos que ahora tratan de convertirla en algo parecido a un queso en porciones como los que se les sirve a los niños para la merienda.
Sin un mínimo orgullo nacional, sin un sentimiento colectivo, el futuro será difícil para España y para cada una de sus pretendidas porciones. Y no sólo por razones de orden moral. El mercado, la religión vigente, marca sus dimensiones mínimas de eficacia y provecho y todos juntos apenas las alcanzamos. Tanto es así que, mas que dividir España, habría que pensar la manera de unir toda la Península Ibérica en un proyecto único y compartido.
Cuando, en 1843, Ventura de la Vega hizo una intentona para ponerle letra a la Marcha de Granaderos, la Marcha Real, Himno Nacional español desde la segunda mitad del XVIII, incluyó un verso -"Dios salve al país"- en el que se expresa un deseo que, dramáticamente, sigue estando presente. Quizás por eso somos uno de las escasísimas naciones del orbe sin letra en su Himno. Miguel Primo de Rivera le encargó una, en 1928, a José María Pemán -"Gloria a la Patria / que supo seguir / sobre el azul del mar / el caminar del sol"-; pero su clara vocación hispanoamericana y la gran ignorancia que nos envuelve la descalificó por "franquista". ¿España será posible o se trata de una entelequia?
En este momento tenemos en el juego partitocrático un partido sin presidente en la oposición y un presidente sin partido en el Gobierno. Seguramente no cabe mayor calamidad. La corrupción se esparce por doquier y sin grandes prevalencias de unas formaciones sobre otras, carecemos de referencias morales y de liderazgos efectivos ni por la derecha ni por la izquierda. España está en una difícil encrucijada. Aun así, y con perdón, ¡viva España!
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