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Nuestro amigo Iñaki Ezkerra, excelente escritor y analísta político, aplica hoy su afilada pluma a la política catalana, metiéndole un buen rejón a la consejera Marina Geli, desde su atinada columna en La Razón. Basta un poco de razón y de sentido común (del que los miembros del tripartito carecen), a la hora de gestionar los recursos públicos, para darse cuenta del descaro con el que vienen actuando los miembros del tripartito (y antes quienes les precedieron en el Govern).
El espejito de Marina
Cuando se mete la pata, la peor salida que se puede intentar es la de mantenerse en sus trece, tratar de buscar una justificación seria, engolada y hasta científica al desliz que habla por sí solo. Marina Geli, consejera catalana de Salud, es noticia estos días por haber encargado una encuesta de 30.000 euros en la que se hacían preguntas tan capitales para el futuro de Cataluña como la opinión que tienen de la propia Marina Geli los niños de entre siete y catorce años. Yo comprendo que es difícil salir airoso de una tontería semejante cuando la ventilan los medios de comunicación, pero no me parece una solución echar la culpa a la pobre empresa Opinòmetre, encargada de la encuesta –«ellos lo sugirieron»–, desde los honorables y rimbombantes altavoces de la Generalitat. Ya sólo les falta añadir que Marina Geli se negaba, se resistía con uñas y dientes a que se hiciera esa pedagógica pregunta a las criaturas, pero accedió cuando se le puso una pistola en la sien.
Para tranquilidad de los catalanes –y según los rigurosos datos que Opinòmetre nos brinda–, sus hijos no saben quién es Marina Geli. Digo «para tranquilidad» porque, si yo tengo un hijo de siete años que sabe quién es Marina Geli, lo llevo al psicólogo o lo meto interno. Si uno se encuentra a un niño de cualquier comunidad autónoma que sabe quién es la consejera de Salud, hay que reciclarlo sencillamente y exigir responsabilidades criminales no ya al Departamento de Salud sino, además y sobre todo, al de Educación. Será políticamente incorrecto decirlo, pero más vale que ese crío se aprenda los ríos de España o los nombres de los Reyes Católicos. Sí, el caso de Marina Geli es iluminador porque detrás de él están los fantasmas del problema educacional y la catastrófica superstición pedagógica de «la autoridad compartida», del padre que quiere ser amigo del hijo, del maestro que quiere ser amigo del alumno, de la consejera que quiere ser la amiga de los niños… Y está también el narcisismo inclemente de unos políticos que han hecho de la imagen y el sondeo, o sea del espejito mágico de la madrastra de Blancanieves, toda una ideología y un programa de gobierno. Está detrás aquella Fernández de la Vega de la primera Legislatura dispuesta a tirarse al cuello de quien cuestionase que Zapatero es el más guapo o esa Pajín que ha inventado para su jefe el mayor piropo que se le puede dedicar a un hombre: «planetario». Reconozco que a mí me llaman «planetario» y me tienen en el bote. Uno no es de piedra.
El espejito mágico es siempre propiedad del poder, que es una madrastra muy mala y muy poco autocrítica. Cuando el espejito es un pelota se crea en torno al usuario o la usuaria una atmósfera endogámica de engreimiento e irrealidad que termina en tragedia. Yo en este sentido rompería una lanza a favor del espejito mágico de Marina Geli, que ha sido honrado y le ha dicho lo que los niños piensan. Los niños siempre dicen la verdad y Opinòmetre se ha jugado el tipo. Opinòmetre ha demostrado no ser un «petrìmetre», un espejito trucado y servil. Lo malo es que cuando se encarga una encuesta tan cara hay que apechugar con los resultados para justificar el gasto. Después de ese pomposo «Estudio cualitativo de percepción, actitud y expectativas en relación a la atención sanitaria entre la población pediátrica catalana», Marina no puede seguir siendo una desconocida. ¿Cuál es su plan de acción?
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