Además de otras muchas la Lengua Española tiene una joya de concreción conceptual que la hace sencillamente sublime en la elasticidad de su expresión y en el perfil de los matices. Esa joya es la perfecta diferenciación entre los verbos SER y ESTAR, de la que carecen el inglés, francés y alemán. De tal suerte que no es lo mismo SER tonto que ESTAR tonto. El que ES tonto lo es a perpetuidad; y el que ESTÁ tonto lo es sólo de una manera transitoria. Es digamos, un tonto temporal y no un tonto con contrato indefinido.
Pues bien, los imbéciles con contrato indefinido del separatismo catalán acaban de legislar en su parlamentito aldeano la expulsión de la Lengua Española de todos los colegios, institutos y universidades de Cataluña. Platón, que era bastante más inteligente que cualquiera de los majaderos del separatismo español, identificaba imbecilidad con maldad. Así, todo tonto, según Platón es necesariamente un malvado. No hay más que verles la jeta a los líderes del separatismo para certificar que Platón tenía razón.
Los ayatolás del separatismo, cuya miseria moral e intelectual es lo único grande que albergan sus corazones, llevan años legislando para que la Lengua Española se use en las escuelas de sus aldeas como una lengua extranjera para reforzar las leyes del catalán, del vascuence y del gallego que, en esencia, no son más que leyes contra el español, una lengua milenaria que iguala y hermana a cientos de millones de hombres en todo el mundo desde la Junquera hasta la Patagonia, pasando por las hirvientes arenas del norte de África, allá donde los tuaregs perpetúan el idioma del escritor más grande que vieran los siglos: el Manco de Lepanto.
Desde los minaretes de las mezquitas de Marruecos y las sinagogas sefarditas de Tierra Santa y desde los templos cristianos de todo el orbe hasta los arrozales de Filipinas y las plantaciones de cacao de Guinea Ecuatorial, cientos de millones de hombres rezan y maldicen, aman y odian, hablan y escriben en español, la hermosa lengua que nace literariamente en las Glosas Emilianenses y las Glosas Silenses, aquellas anotaciones marginales en castellano a los textos latinos que servían a los monjes de Silos y de San Millán de la Cogolla para enseñar latín a los novicios. Aquellos laboriosos monjes de más de mil años que, con su afanoso Mester de Clerecía, convirtieron el latín en castellano no sospechaban que la lengua que ellos cincelaban en sus claustros y refertorios se universalizaría quinientos años después, convirtiéndose en El Español, cuando las naves de Castilla cambiaron el rumbo de la historia y el curso de la Humanidad al dar con sus proas en las costas del Nuevo Mundo.
Pues bien, en el año 2009, cuando El Español se ha convertido en el segundo idioma del mundo y su enseñanza es, por necesario, obligatoria en casi todas las escuelas y opcional en el resto, aquí, en tres regiones de España, cuatro políticos catetos, cuatro mandarines del separatismo más cutre, rancio y trasnochado, cuatro fanáticos que han perdido la perspectiva a fuerza de contemplarse el ombligo, le están robando a los españoles que nacen, viven o trabajan en Galicia, Vascongadas y Cataluña la posibilidad de aprender, como se aprende a caminar, sin guardar memoria del esfuerzo, a hablar una lengua universal con la que poder comunicarse con cientos de millones de hombres en todo el mundo.
Evidentemente, ni la vileza de los sacristanes del separatismo ni la cobarde complicidad del PSOE y del PP mermarán, en absoluto, el vigoroso crecimiento de la lengua de Cervantes en todo el mundo donde, más que les pese, se expande como un rocío de palabras con mil acentos distintos desde “un lugar de la mancha de cuyo nombre no quiero acordarme” hasta los hielos eternos de la Antártida, donde Neruda y Borges perpetúan, en la cintura cósmica del sur, la lengua que hace más de mil años nació acunada por el latín y mecida por la paciente laboriosidad de unos monjes riojanos, navarros y vascones en el belén de San Millán de la Cogolla.
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