viernes, 6 de junio de 2008

CUANDO LA SOLIDARIDAD ES UNA ETIQUETA

Interesante artículo sobre la "solidaridad", tal como la predica ZP, y cómo se contradice consigo mismo al enfrentarse en el mundo real con los problemas derivados del "reparto de las aguas".


Cuando la solidaridad es una etiqueta

EL MUNDO - Justino Sinovas

EL REVES DE LA TRAMA

El presidente Zapatero ha hecho en la cumbre de la FAO una interesante oferta para combatir el hambre en el mundo, consistente en aportar 500 millones de euros en los próximos cuatro años. No seré yo quien reproche ese gesto, por mucho que sea insuficiente, porque habrá pequeños agricultores del Africa subsahariana o habitantes de zonas rurales de América Latina que encontrarán alguna ayuda, algún impulso. Pero sí critico que la asistencia pensada para socorrer a los desfavorecidos no vaya a combatir algunas de las causas más flagrantes de la desgracia ni, en el caso de nuestro presidente, se extienda a problemas del interior que están clamando por una medida razonable que no acaba de llegar.

Hay veces en que la solución no consiste en dar dinero, aunque la ayuda económica siempre sea bienvenida. Pondré un ejemplo. Los problemas de la población residente en Cuba, que pasa hambre, que sufre dolorosas insuficiencias sanitarias, aunque la propaganda haga creer lo contrario, y que carece de horizontes, no se arreglan con 500 millones de euros, ni con 5.000.

El causante del subdesarrollo cubano es el sistema comunista de Castro, que implantó Fidel, que no es capaz de reformar Raúl y que no se atreve a denunciar José Luis (Rodríguez Zapatero). La mejor solidaridad con los cubanos no es la limosna, sino lograr que dispongan alguna vez de un régimen justo que respete su libertad y facilite su progreso, lo que no se conseguirá nunca bendiciendo la actual dictadura con el socorro de unas relaciones diplomáticas complacientes.

La solidaridad proclamada para combatir los males del mundo no puede asentarse, además, en una falta de solidaridad en casa. Y en España asistimos a una insolidaridad clamorosa en el reparto necesario del agua, que el Gobierno no combate, sino que promociona. Se puede argumentar que en España no padecemos plagas de miseria como las que afectan a buena parte del mundo. Sin duda. No obstante, ni España es un país carente de pobres (vean los alarmantes informes de Cáritas, que muestran el drama que se vive tras los alegres escaparates de nuestro bienestar), ni en todas las regiones se dispone de los mismos recursos y las mismas posibilidades.

Hay gente a la que se le llena la boca con la palabra solidaridad mientras aplaude inicuas reacciones insolidarias, como la de no tocar el agua del río Ebro, aunque unos kilómetros más abajo haya una sed que calmar.

El Gobierno propone ahora lo que llama «pacto del agua», pero de él ya se está excluyendo el reparto de lo que sobra del río más caudaloso, sólo porque los gobiernos autonómicos socialistas de Aragón y Cataluña oponen presiones estratégicas.

Un «pacto del agua» es literalmente imposible al excluir el reparto de un gran río y al carecer de un concepto racional de la solidaridad.

El uso que algunos significados famosos hacen de la solidaridad es un gran engaño, pues la quieren para tapar enormes egoísmos. Está el político que niega el reparto de recursos, está el artista que cobra de los fondos de ayuda a los desfavorecidos, está el predicador laico que hace lo contrario de lo que sermonea, dando pábulo a la máxima del solidario progre: «Haz lo que yo digo, no lo que yo hago».

Hemos de mirar debajo de las grandes declaraciones para ver qué hay de verdad en ellas. La verdadera solidaridad se asienta en la igualdad, no puede ser un auxilio para los correligionarios y un olvido para los contrarios. Y no se puede ser solidario con el mundo si no se es solidario en el propio territorio; en esos casos, la solidaridad es sólo una etiqueta para disfrazar una perversión, exactamente la insolidaridad.

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