Agencia Tributaria Catalana
Pasaporte a Catalonia
Jorge Vilches
Cualquiera que tenga interés por el pasado de la Humanidad, habrá comprobado cómo la historia se ha ido contando de formas distintas. Nos ha llegado parcelada por reyes y dinastías –herencia egipcia–, por formas de gobierno –legado de griegos y romanos– y, en el mundo contemporáneo, protagonizada por actores colectivos: las naciones o las clases sociales.
Pero tras el desplome de los totalitarismos del XX, comunismo y fascismo, parecía que el individuo tomaba el protagonismo por encima de los colectivos. Pero hete aquí que dos ideologías totalitarias insisten en aprisionar al individuo. Una, aparentemente lejana, es el islamismo, que amenaza con quebrar los pilares de Occidente, sus valores liberales y democráticos. Otra, de campanario, es el nacionalismo obligatorio de estas micronaciones que han ido surgiendo como reacción a la construcción europea, al mundo globalizado y al progreso.
Estos tradicionalistas inventan un pasado glorioso que jamás existió, imponen lenguas de uso vecinal, y utilizan los mecanismos de sus microestados para establecer una moral, unas costumbres y un ser nacional. El individuo no existe, entonces, si no es miembro de la tribu. La resistencia se convierte en apostasía, en delito de lesa traición, y la violencia contra el traidor es un servicio a los altos intereses patrios.
Por eso volverían a matar a Miguel Ángel Blanco, o a quien se pusiera por delante. Al tiempo, sin duda, verían en el asesinato la manifestación de un conflicto político histórico. El mismo conflicto histórico que no sabe de leyes ni de normas, de dictaduras o democracias, y que es capaz de improvisar una Agencia Tributaria en Cataluña sin esperar la decisión del Tribunal Constitucional.
El pensamiento débil de la intelectualidad de izquierdas dice: ¿pero es que hace daño a alguien el desarrollar ya el Estatuto? Pues sí. La democracia se basa en que la actuación del Estado es previsible; es decir, en la existencia de unos mecanismos reglados y conocidos por los que se proponen, aprueban y ejecutan las leyes, del mismo modo que se ponen a disposición de la ciudadanía instrumentos para velar por el encaje general de la legislación. No hay espacio para la arbitrariedad, ni el más mínimo, y todos los poderes están sometidos a esos mecanismos y a esas leyes.
No es poca cosa, por tanto, el que el Parlamento catalán aprobara la creación de una Agencia Tributaria propia. Poco ha importado que el Defensor del Pueblo impugnara el capítulo del Estatuto referido a la financiación, al igual que han hecho el Gobierno de La Rioja y el PP.
El que un poder violente los mecanismos y leyes democráticas para cumplir la voluntad de unos políticos sólo anuncia catástrofes para la libertad y la convivencia. En los años venideros, a este paso, nos tocara elegir entre una sociedad española de individuos libres o de naciones aisladas. Vayan sacando el pasaporte.
http://www.libertaddigital.com/opiniones/opinion_38410.html
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